domingo, 22 de enero de 2012

Plácido


 Plácido 
  Su ingenuidad crispaba su rostro al descubrir la mofa. Aún así, le mantenía a salvo de otras maldades. Apenas percibía ese mundo ajeno de puro desconocido. Creció bajo la profunda influencia que su entorno iba imprimiendo en su imaginación. Le circundaba un halo protector. Mientras otros disfrutaban retándose a puñetazos, el temía los golpes y gritaba por intentar separarles aunque su voz no llegara a salirle de la garganta. Ingenuamente llegó a creer que su deseo conseguiría aplacar la rabia de los contendientes. No fue así, tampoco en su hogar, se sentía tan extraño y distante que terminó por marcharse.
    Plácido comenzó a dejar de serlo a medida que el mundo exterior le mostraba cuan agresivo podía ser y cuan imposible resultaba obviarlo.  Desde pequeño imaginó refugios, caballos salvajes que solo él podía ver y dirigir desde el coche familiar abriendo la ventanilla incluso en invierno, hasta que su padre le ordenaba cerrarla y postergaba el sueño hasta la noche, aprovechando su capacidad de soñar casi cuanto deseaba. Entretanto la ira se había refugiado en su interior sin hacerse notar. Su insistencia le permitió pasar sin llamar siendo acogida como inquilina con derecho a cocina. Jamás pudo sospechar de su existencia, ni tan siquiera cuando le fue diagnosticada una extraña enfermedad en su aparato digestivo.   
    Idolatró a tantas personas durante su infancia que con el paso del tiempo se fue sintiendo cada día más incapaz y diminuto. Su ingenuidad y su ira crecían como una tenia. Desde aquella película del santo de Asís que dieron por la tele, no se atrevía ni a pisar una hormiga. Sus actos se dividían en veniales o mortales, incluso pensamientos y omisiones podían llegar a ser tan pecaminosos como para llevarle de cabeza al infierno. Su habilidad nocturna le seguía resarciendo de todas sus torpezas. 
     Era habitual que se le saltasen las lágrimas con ciertas noticias, pero no le daba importancia, a fin de cuentas se sentía orgulloso de su empecinado e incesante sentido de la justicia.
  Tras varios accidentes sin más explicación que su ebriedad o los celos que habían hecho presa de él y el alcohol se ocupaba de exacerbar, comenzó a esgrimir su teoría sobre esas secuencias en que el protagonista arranca y acelera repentinamente el coche: siempre se adivina qué va a ocurrir, pues esta claro que el personaje lo va buscando.
   Los malentendidos y las broncas reventaron su relación de pareja. Decidió no volver a tenerlas nunca, manteniéndose atento podían evitarse. Aquello le perturbó durante algún tiempo, sin embargo consiguió rehacer su vida sin sofreír  su pasado en exceso. 

   Esa noche sus sueños no coincidían con lo que deseaba, o lo que había querido soñar no era lo que pensaba.Tras alguna pesadilla, había conseguido dormirse sin despertar, ni siquiera por el frío que notaba entre sus piernas. Plácido se sentía bien, contrariado por no poder dirigir su sueño, pero sorprendido y satisfecho tras un placer inesperado. 
-¿Se encuentra bien?
Cambió de postura, dio media vuelta y se acomodó de nuevo.
-¿Le pasa algo? 
Contrariando su deseo alguien parecía hablarle.
-¿Está usted bien? 
¿Quién demonios se empeñaba en meterse donde no le llamaban? ¿Habría perdido su don?
-¡Vamos! ¡Despierte! 
   Al abrir los párpados, sin creer aún lo que veía, reconoció los adoquines de su ciudad. El policía insistía y tuvo que incorporarse como pudo. Su memoria había huido sin dejar rastro. Logró orientarse y con dificultad llegó a su casa. No estaba lejos. EL agotamiento había hecho mella entre sus músculos y sus huesos. Necesitaba volver a dormir. Entró en el baño, bebió agua, levantó la vista y se vio en el espejo, contempló los cardenales esparcidos por su cuerpo, tomó un par de pastillas de entre las cajas revueltas y se dispuso a conciliar el sueño preguntándose qué hacía un policía en su casa, porqué sus piernas no entraban en calor y quién sería aquel que estaba en el espejo.

De momento es un borrador muy susceptible de ser sometido a sucesivas reescrituras, pero como para publicar aquí basta un click
y me gustan casi más los procesos 
que las cosas acabadas a no ser que sean perfectas,
lo expongo aquí confiando en que evitéis el escarnio. 

¿Recordáis la canción?.
De otro ingenuo impenitente.   

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