jueves, 5 de enero de 2012

Hurtado al olvido




HURTADO AL OLVIDO.-  
  


 Esta película la han visto muy pocas personas, no disfrutaron nada con ella y me dio tanta rabia 
como para no enseñarla más. 
Está claro que hay cosas que no funcionan. 
Resulta muy frustrante que así ocurra.  Intentaré una autocrítica por si me es posible entenderlo.  
Mi intención era convertir en película el origen del título. 
Procede de un párrafo de “La interpretación de los sueños” de S. Freud que me llamó mucho la atención 
(con solo esto, la pretensión podía considerarse excesiva pero...)  
y dice así:
       “Durante el relato de un sueño o durante su análisis sucede con frecuencia que 
de repente vuelve a surgir un fragmento del sueño que se creía olvidado. 
Este fragmento, hurtado al olvido, 
contiene siempre el mejor y más rápido acceso a la significación del sueño
 y precisamente por ello estaba destinado al olvido, 
esto es, a una nueva represión”. 
  Esto y la necesidad de volver a contar, montando sin rodar, 
me llevó en esta ocasión a elegir cinco personajes de cinco películas: 

Randle McMurphy (Jack Nicholson) 
Alguien voló sobre el nido del cuco,
Juliette Fontaine (Kristin Scott Thomas)
Hace mucho que te quiero.

Ada McGrath (Holly Hunter) 
El Piano, 
el niño (Billy Chapin)  
La noche del cazador, 
El Chivo (Emilio Echevarría) 
 Amores perros 
Debajo en el afiche, figuran además los protagonistas de 
Días de vino y rosas 
pues con una pequeña escena dan paso a la película.

    En todos estos personajes encuentro aún, rasgos que comparto 
pese a no haber estado
 ingresado en un psiquiátrico por cinco intentos de violación, 
ni en la cárcel por matar a mi hijo, 
ni enmudecida desde la niñez y mutilada por mi marido, 
ni huyendo de un padrastro canalla, 
ni vagabundeando tras abandonar a mi familia.
  Mezclar personajes de cinco películas tiene no pocas complicaciones, pero lo cierto es que si como resultado no surge algo nuevo que genere
más sentimientos y preguntas que sus cinco historias por separado, entonces hay que reconocer que se ha quedado en nada.




Enfurecerse ante la muerte de la luz. 
Ese era otro de los propósitos y quizás, 
dado el cabreo de algunos de los espectadores, 
uno de los más conseguidos.


 Se trataba de entrelazar realidades tan dispares, 
pese a estar atravesadas todas ellas por un 
denominador común de pérdida 
y ver qué podía surgir de ello, 
  qué cuestiones, emociones,
qué cercanía o alejamiento iban a provocarnos
 esos cinco personajes
ubicados en una misma posible historia,
hurtándola al olvido,
evitando una nueva represión.

El dolor provocado y las pérdidas que arrastran 
por durísimas decisiones tomadas en su pasado, 
les hace partícipes de una suerte de ritual de duelo, 
 un afrontar sus decisiones 
buscando probablemente la aceptación propia 
y la de quienes aún les importan, 
ya que el afecto todavía resulta inalcanzable.

Cuando montas dos planos 
como el de la añoranza y rabia que siente 
Ada McGrath (Holly Hunter) por su piano 
y la patraña de amor y odio con que Robert Mitchum 
consigue camelar a Shelley Winters, 
pero no así a su hijo (Billy Chapin)
estableces una conexión entre ambos, 
surgen las sensaciones y cuestionamientos 
que me hacen amar el cine como lenguaje por sí mismo. 
Si no es así, no hay nada más que rascar.  



Randle McMurphy (Jack Nicholson), 
Ada McGrath (Holly Hunter) 
y Juliette Fontaine (Kristin Scott Thomas), 
se ven aquí respectivamente obligados a 
tomar su medicación, 
casarse contra su voluntad y 
ser negada por su familia.


McMurphy miente,  John miente, ambos lo hacen para defenderse y 
Juliette se encara a la negación de su existencia 
que hicieron sus padres, 
comenzando a retomar la relación con su hermana.


  Al final en vez de autocrítica me he llenado los bolsillos de piedras 
para defender la película ante todos aquellos que 
se han resistido a hacer un esfuerzo por acercarse a ella con otros ojos, aunque eso no me aleje de comprenderles, porque también yo, 
sin saber bien qué es lo que falla, 
me quedé con las ganas de atinar donde no lo hice.


  Al ver las vidas de los otros puedo proyectarme en ellas y aprender, 
ese es al menos uno de los motivos que me llevan al cine 
y no al psiquiátrico, 
ni a la cárcel, 
ni a ser mutilado, 
ni a padecer un padrastro canalla, 
ni a convertirme en un sicario vagabundo, 
pero de todos ellos y ellas tengo un poco 
y al reconocerme,
 aún salvando las enormes distancias, pero reconocerme en ellos 
aunque sea metafórica o simbólicamente hablando, 
puedo comprenderme y comprenderles mejor. 
De algún modo me salgo de mí, 
me acerco a esos prota-agonistas y comparto su angustia. 
Hay quienes con negar lo resuelven todo, 
o eso creen, 
pero yo ni puedo, ni quiero.


Uno de mis momentos preferidos 
y que mejor describen lo que siento al verla, 
es cuando Michel, el profesor que conoce a Juliette 
en Hace mucho que te quiero, 
refiriéndose a sus diez años dando clases en la cárcel, le dice “Comprendí que todos esos hombres y mujeres a los que conocí tras los muros eran como yo. Que podrían haber estado en mi lugar o yo en el suyo. A veces la linea es delgada”  

 Confiaba en mostrar cómo los seres humanos
 puestos en distintas épocas y situaciones, 
mantenemos unos límites de tolerancia al sufrimiento
que los otros nos puedan inferir
y cómo dentro de la inmensidad de respuestas posibles, 
no podemos afirmar en modo alguno 
que esa línea de la que habla Michel, 
no siga siendo tan delgada como dice.
Confiaba en mostrar hasta qué punto esa línea es delgada y
 nos empeñamos en ensancharla día a día 
casi con cada gesto que hacemos. 


Quizás padezco demasiada imaginación 
y mis procesos de identificación rayan en el delirio, 
pero si después de ver por trozos los 25 primeros minutos 
a alguien le quedan ganas de verla entera,
con decírmelo no me supondrá un gran esfuerzo.

¿Escucha alguien aún?

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